En un discurso apasionado, el Papa Francisco invitó a los vecinos del barrio napolitano de Scampia «a levantarse siempre después de cada caída, y a no permitir que el mal tenga la última palabra». Poco después, en una misa al aire libre, el Obispo de Roma, invocando “las lágrimas de las madres de Nápoles”, dijo directamente a los mafiosos de la Camorra: “A los criminales os repito: convertíos al amor y la justicia”.
Sin enumerar las miserias de un barrio dominado por la Camorra, elPapa emociono a los habitantes de Scampia reconociendo que la ciudad «ha atravesado episodios complicados y dramáticos. La vida en Nápoles nunca ha sido fácil… ¡pero nunca ha sido triste!».
El Santo Padre se emocionó al escuchar el saludo de Corazón, una inmigrante filipina, que habló en nombre de los trabajadores extranjeros y de los sin techo hasta que rompió a llorar y se fue a abrazar al Papa. A continuación, Michele comentó el problema del desempleo que en el barrio de Scampia, donde la policía apenas se atreve a entrar, llega al 61 por ciento, el más alto de Europa. A su vez, el presidente del Tribunal de Apelación comento los problemas de ilegalidad descarada, falta de ética pública, corrupción… El panorama era dramático, pero más que condenar, aunque también lo hizo, animó a la gente a mantener la esperanza. Muchos le escuchaban con lágrimas en los ojos.
Francisco denunció que «aquí se ha intentado crear una ‘tierra de nadie’, de la que se arranca cualquier valor. Un territorio en manos de la llamada microviolencia. Siento vivamente este drama». El Papa insistió en que el camino de salida pasa por la educación porque, «como decía san Juan Bosco: ‘El trabajo educativo es un remedio preventivo’. Es el método que han seguido todos los santos que han trabajado con jóvenes, como el beato Pino Puglisi, del barrio de Brancaccio en Palermo».
Don Pino, un sacerdote que organizaba actividades para los chicos de Palermo, sustrayéndolos a la cantera de la delincuencia, fue asesinado por Cosa Nostra en 1993 y elevado a los altares el año pasado. Su nombre traía a la memoria el de otro párroco: Peppe Diana, asesinado por la Camorra napolitana el 19 de marzo de 1994, el día de su santo, y cuyo proceso de beatificación comenzó justo este jueves, el día de San Jose.
Pero más que hablar de violencia mortal –ahora mucho menor que el asesinato cada cinco días en el primer semestre del 2014- , el Papa habló de corrupción, un problema grave que, a su vez, es la causa del desempleo y de muchos otros males que se autoalimentan entre sí.Francisco advirtió que «todos podemos caer poco a poco en la corrupción. Un cuerpo corrupto y muerto es algo podrido, que huele mal. Lo mismo una sociedad corrupta: ¡Apesta!».
Una vez más el Papa se refirió a la importancia del trabajo «no sólo para comer, sino sobre todo porque da la dignidad». Y también al deber de acoger a los inmigrantes porque «todos somos inmigrantes, todos caminamos por el mundo sin una casa definitiva. En esta tierra caminamos hacia el cielo».
Eran mensajes fuertes, dirigidos a los delincuentes, a los inmigrantes, a los ciudadanos de a pie y a los políticos. A las autoridades públicas, a veces desesperanzadas, les recordó que «la buena política es un servicio a las personas, que se ejercita en primer lugar a nivel local, donde el peso de las carencias, de los retrasos y de las omisiones es más directo y hace más daño».
Después de despedirse, el Papa se trasladó a la plaza del Plebiscito, en el centro de la ciudad, para celebrar la misa. Su programa incluye un almuerzo en la gigantesca cárcel de Poggioreale con un centenar de detenidos, la visita a la catedral para venerar la sangre de San Jenaro, un encuentro con enfermos y otro con jóvenes, al final de la tarde, a orillas de la hermosísima bahía.
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