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domingo, 8 de julio de 2018

La hora del papa Francisco

El pontificado del papa Francisco atraviesa una fase decisiva. Después de cinco años y medio intensos, algunas de sus grandes reformas han encallado o se encuentran despegando. La transformación económica, la estrategia de comunicación del Vaticano, la lucha contra los abusos o la reformulación de la curia han dado resultados dispares. La euforia inicial ha remitido, y también parte del eco mediático. Pronto tocará renovar el impulso reformista con nombramientos de cargos relevantes aún pendientes en la Secretaría de Estado, en el Consejo de Asesores (C9) y en puestos estratégicos del área económica. En junio ha proseguido la acelerada configuración de un colegio cardenalicio cada vez más a su medida, donde los purpurados que ha nombrado ya superan al resto. Pero las voces críticas no cesan. Son sectores conservadores. Pocos y muy localizados, principalmente en el área estadounidense, señalan fuentes de su entorno. “Ahí la derecha está organizada y tiene dinero”, apunta un veterano cardenal. Son voces persistentes, agresivas y, según alguna de la media docena larga de fuentes consultadas, ya piensan en el sustituto de Francisco.

A veces da la sensación de que el Papa cuenta con más apoyo fuera de la Iglesia que dentro

El ala ultra entra a matar. Considera que Bergoglio, de 81 años, no ha actuado hasta ahora como corresponde a un Pontífice. El periódico conservador Il Tempo tituló la semana pasada a cinco columnas y con gran entusiasmo tipográfico: “Habemus Papa”. Una ironía surgida de un discurso en el que el actual jefe de la Iglesia comparó el aborto por causas médicas (malformaciones, enfermedades…) con las prácticas nazis para conservar la pureza de la raza. En el mismo sermón, subrayó también que una familia la forman solo un hombre y una mujer, algo que tranquilizó a la curva más exaltada de la Iglesia. Como si un Papa pudiera decir lo contrario. “Es el jefe de la Iglesia católica, no de una organización progresista. En temas sociales es abierto, pero doctrinalmente es tan conservador o más que Benedicto XVI. Quien piense que puede aprobar el aborto o los matrimonios de personas del mismo sexo está muy equivocado. Esa, desde luego, no será su herencia”, señala un miembro de la curia que despacha con él.

Francisco absorbe la presión y no suele transmitirla. Pero siempre que tiene ocasión de dar un discurso ante la curia —y ya van cinco— se queja de los chismorreos, de la falta de lealtad. De “la desequilibrada y degenerada lógica de las intrigas o de los pequeños grupos”, dijo estas navidades en el tradicional discurso a sus empleados. En los últimos meses ha visto incluso como le acusaban de hereje. “Esas críticas tocan a su corazón. Nunca hemos tenido en la Iglesia una revuelta tan fuerte de los conservadores contra el Papa. Este frente tradicionalmente ha estado de parte del Pontífice y lo que ocurre con Francisco es insólito. Es difícil entender que pasen de adorar a Benedicto XVI a comportarse así con Francisco”, señala un consejero. La corriente reaccionaria está encabezada por el cardenal Raymond Burke, y espera que este pontificado pase a la historia como una mera anécdota. Pero será en los próximos tiempos cuando quede clara la dimensión de su legado, dentro y también fuera de la Iglesia.

La misión política de los últimos Papas ha variado. El polaco Karol Woytila fue el Pontífice que ayudó a derribar el muro entre este y oeste. Y el actual —el primero en 13 siglos que no viene de Europa— busca derribar la barrera invisible entre el sur y el norte. Lo intenta con la defensa de las migraciones —matizada últimamente cuando señala que solo deben llegar los que puedan ser acogidos— en actos como la misa en San Pedro del pasado viernes para celebrar el quinto aniversario del viaje a Lampedusa; la ecología, a la que dedicó una encíclica o la pobreza. Puede verse en todos sus gestos y en los nombramientos de la cúpula eclesial. Uno de los últimos cardenales, por ejemplo, es Konrad Krajewski, jefe de la oficina de limosnas. Un hombre alejado de la arrogancia principesca que solía otorgar el anillo y el capelo rojo y que conoce de memoria el nombre de todas las personas sin hogar que viven alrededor del Vaticano y de la estación de Termini. Todo esto será sin duda parte de la huella de Francisco, que ha calado también en el mundo laico, donde se aprecia más el impacto social de su obra. Porque a veces da la sensación de que cuenta con más apoyo fuera de la Iglesia que dentro, donde quienes esperaban mayores reformas se impacientan y las luchas de poder han embarrado áreas cruciales como la económica.

La corriente reaccionaria está encabezada por el cardenal Raymond Burke, y espera que este pontificado pase a la historia como una mera anécdota

Las finanzas y el cielo siempre se llevaron mal. Pero después de años de caos, el Vaticano ha homologado sus reglas y controles a las del resto de países. “Moneyval [el organismo europeo que vigila el blanqueo de capitales] lo certifica”, señalan fuentes de la Santa Sede expertas en esta área. El Banco Vaticano (IOR), que gestiona alrededor de 5.700 millones de euros, ha cerrado más de 5.000 cuentas sospechosas desde 2013. Se ha reducido el déficit y hay nuevos órganos de inspección. Los banqueros ahora expían sus pecados en los tribunales y no colgados de un puente. Prueba de ello es el juicio por blanqueo de capitales y malversación de fondos al expresidente del IOR, Angelo Caloia, celebrado esta semana. Pero han sido despedidos auditores generales en circunstancias extrañas (espionaje, denuncias de coacción e insinuaciones de corrupción), y cada vez que se contrata a alguien para poner orden, acaba trasquilado. El jefe de todo esto era el cardenal australiano, George Pell. Una suerte de superministro de finanzas que se encuentra desde hace un año en su país a la espera de juicio por encubrimiento de abusos a menores. Nadie le ha sustituido.

Francisco decidió confiar en Pell pese a las sombras que le acompañaban desde Ballarat, su pequeño pueblo natal, donde se produjeron centenares de abusos sexuales mientras él era sacerdote. Muchos opinan que su ausencia del Vaticano este año ha sido buena. “Había una guerra entre él y el cardenal Calcagno [expresidente del organismo que gestiona el importante patrimonio de la Santa Sede: 3724 unidades inmobiliarias por valor de unos 2.700 millones]. Demasiados hombres luchando por sus territorios, por cada centímetro de poder e influencia...”, señala un asesor. Lo que nadie comprende es porque no se ha nombrado a un sustituto. “No es un buen mensaje”, insiste esta persona, escéptica ante la posibilidad de que Pell haya presentado su renuncia al Papa, pese a que su negativa a hacerlo compromete gravemente la línea de tolerancia cero con los abusos, algo crucial para el pontificado.

El viaje a Chile del pasado enero, un peregrinaje supuestamente tranquilo, se convirtió en una embarazosa tormenta. Una periodista preguntó al Papa por los casos de abusos a menores de un sacerdote chileno y el encubrimiento del caso por parte del obispo Juan Barros. “No deberían haberle dejado expuesto a esa situación”, señala un empleado vaticano. Francisco escuchó la pregunta y respondió airado que eran “calumnias” y que no había pruebas. Decidió él. “Es su estilo. Sigue algunas cosas muy de cerca. Y si le preguntan responde. Pero tiene mucha popularidad”, señala un importante miembro de la curia. Poco después, asumió el error, pidió disculpas, encargó una gran investigación y dio un volantazo tremendo que terminó con una invitación a las víctimas ofendidas en Chile a Santa Marta, y una histórica limpia entre los obispos chilenos, que presentaron su dimisión en bloque. Aquello fue un punto de inflexión.

A su llegada Francisco anunció que continuaría con la política de tolerancia cero con los abusos sexuales iniciada por Benedicto XVI. Creó una comisión pontificia para prevenir estos casos. Pero las dos víctimas que incluyó en el nuevo aparato de prevención abandonaron la comisión dando un portazo y denunciando la obstaculización sistemática de sus propuestas. Especialmente desde la Congregación para la Doctrina de la Fe que entonces dirigía el cardenal Gerhard Müller, como señaló Marie Collins, máxima experta en la materia y ex miembro de la comisión del Vaticano. El purpurado alemán no fue renovado. “El Papa ha mostrado buena disposición en asuntos concretos, pero no ha hecho cambios estructurales determinantes que puedan mantenerse después de él. Cuando llegue otro Pontífice, con otra actitud, podría retrocederse. Esos cambios estructurales serían lo único que garantizaría la seguridad de los niños en el futuro. En Chile ha actuado bien, pero esto debería extenderse a toda la Iglesia y que no se trate de casos aislados”, apunta Collins al teléfono.

Después de años de caos financiero, el Vaticano ha homologado sus reglas y controles a las del resto de países

Una vez le preguntaron a Juan Pablo II cuánta gente trabajaba en el Vaticano. Y el polaco, papa durante 27 años, respondió irónicamente: “Más o menos, la mitad...”. La realidad es que son unos 4.800. Una pesada estructura que requería una transformación. Ha habido nombramientos de mujeres, se ha reducido el número de dicasterios (ministerios del Vaticano), la estrctura es más horizonatal. Y más allá de que se espere una nueva Constitución Apostólica de la curia o la certificación de un histórico deshielo de las relaciones diplomáticas con China que (según fuentes conocedoras del tema, podría llegar en 2019) hay cuórum en que Francisco ha acometido una reforma de las formas. “Es 100% jesuita. Entiende el Pontificado como una misión, como si fuera su diócesis”, señalan fuentes del Vaticano. Y habrá cambios tangibles emprendidos por Francisco difíciles de deshacer, como el traslado de la residencia del Papa a Santa Marta, un movimiento para alejarse del enclaustramiento autorreferencial del Palacio Apostólico. Un gesto que tiene su reflejo también en el empeño por la apertura ecuménica a otras religiones. Pero lo que suceda en el próximo cónclave determinará si otros giros son definitivos.

El jueves 28 de junio, Francisco creó a 14 nuevos purpurados: 11 son menores de 80 años y tendrán voz y voto para elegir al siguiente Pontífice. Los cardenales electores nombrados por él (59) ya son mayoría respecto a los que quedan de Juan Pablo II (19) y de Benedicto XVI (47). Aunque el avance en el control del colegio no garantiza nada (Benedicto XVI era uno de los dos únicos cardenales que no había creado Juan Pablo II cuando le sustituyó), ahora el órgano de decisión –con 125 cardenales, 5 más del límite orientativo fijado por Pablo VI- tiene una composición más heterogénea y periférica. Hay purpurados de cinco continentes y 83 países y una gran parte, prácticamente no se conoce entre sí. Algunos, como el japonés Thomas Aquinas Manyo, ni siquiera hablan un idioma, aparte del latín, que les permita relacionarse con sus colegas cuando toque entrar en la capilla Sixtina, garabatear un nombre en el trozo de papel y ensartarlo en una cuerda.

Las dinámicas y la influencia dentro del cónclave estarán más fragmentadas de ahora en adelante. Los posibles lobbies o presiones se diluirán con la multiplicidad de nacionalides y sensibilidades. En los sanedrines vaticanos siempre hay quinielas y muchos se empeñan en que toca volver a un italiano. Pero los últimos nombramientos no señalan en esa dirección. “Es posible que el próximo Papa sea de nuevo americano o hispanohablante”, señala un veterano alto cargo, con lo que se representaría a alrededor del 40% de católicos. Se habla incluso de un español: el cardenal Juan José Omella. “Lo he hecho muy bien y es el hombre de confianza del Papa en España, una iglesia que aprecia y entiende”, insiste esta fuente.

España es el único país que ha aportado un cardenal en cada uno de los cinco Consistorios celebrados por Francisco (en el último dos: Luis Ladaria, prefecto de la crucial Congregación para la Doctrina de la Fe, y el claretiano Aqulino Bocos). Pero para que se celebre un cónclave, la sede de Pedro debería quedar vacante. Francisco ha dado a entender que seguirá los pasos de Benedicto XVI —que renunció el 11 de febrero de 2013 en medio de una tormenta de escándalos— y se apartará cuando no se sienta con fuerzas. “No pasan los años en vano. Y tiene una salud que no es de roble. Pero es firme, metódico, laborioso, se levanta muy pronto y muy reconcentrado”, subrayaba el cardenal Bocos a este periódico un día antes de su nombramiento. Una renuncia, a corto plazo, no parece probable, apuntan los expertos. Entre otras cosas, porque se crearía la situación más extraña de la historia de la Iglesia: tres papas conviviendo a pocos metros. Y con dos, ya fue un reto.

El día en que se celebró el consistorio, dio la vuelta al mundo la foto de la visita de Francisco a su predecesor para que bendijese a los nuevos cardenales. “El Papa falso besa el anillo del real”, tituló una web. La realidad es que la convivencia entre ambos, un hecho insólito que podía haber sido incómodo, ha resultado excepcional. Por eso el Papa Francisco, cuenta uno interlocutor, se disgustó tanto en marzo cuando el prefecto de la Secretaría de Comunicación, monseñor Dario Viganò, publicó una carta privada que le había mandado Ratzinger. En la misiva defendía a Francisco de las críticas por una supuesta falta de preparación teológica, pero se ocultó un pequeño tirón de orejas. El escándalo fue mayúsculo y Viganò terminó cesado en plena reforma del área de comunicación vaticana. El giro en la estrategia de comunicación había sido presentado por todo lo alto con gigantes vallas publicitarias en la Piazza Navona con la foto del Papa: la mejor marca hoy de la Iglesia católica.

Francisco ha sido la reacción audaz y fulgurante de la Iglesia al descomunal desprestigio que atravesó. A los vientos de cambio que soplaban en el mundo. La Divina Providencia entendió lo que estaba en juego. Todo debía ser nuevo. El primer papa jesuita, el primero americano, también el que inauguró el uso de ese nombre y el primero que convivió con otro hombre que vestía igual. ¿La Iglesia después de Francisco? Un cardenal que participará en el próximo cónclave lo explica así: “Hay cambios, una nueva atmósfera, la curia es más abierta. Pero no está claro qué pasará con un nuevo Papa. La clave está en la gente y en la mentalidad. Hemos visto también gritos, discusiones, decepciones. Debemos esperar, pensar a largo plazo”. Una medida capaz solo de determinar un pontificado.

lunes, 10 de octubre de 2016

Francisco renueva el Cónclave con cardenales de perfiles heroicos y universales

La tercera «hornada» de cardenales del Papa Francisco confirma un perfil de purpurado que enlaza, de modo refrescante, con los primeros tiempos del cristianismo. No cuenta la categoría de la diócesis, la nacionalidad ni la carrera –criterios que los italianos utilizaban para crear sus cordadas-, sino la valía personal.
Cardenales entrando a la capilla Sixtina, durante la elección del Papa Francisco
Los nuevos cardenales de Francisco responden al perfil de los primeros apóstoles, incluyendo un abanico de héroes y mártires, y a los criterios de universalidad y ejemplaridad. Entre los 13 nuevos cardenales electores figuran cuatro arzobispos muy valiosos de lugares remotos como Isla Mauricio, Papúa-Nueva Guinea, Bangla Desh o la República Centroafricana, que jamás hubieran hecho carrera eclesiástica en un sistema lastrado por más de un siglo de maniobras envolventes italianas.
Entre ellos destaca Dieudonné Nzapalainga, arzobispo de Bangui, uno de los «tres santos de Bangui», según el diario «Le Monde». Son el arzobispo católico, el pastor evangélico y el imán jefe, que han recorrido el mundo explicando que la guerra en la República Centroafricana no era un conflicto entre musulmanes y cristianos sino una operación desencadenada por Chad, los intereses del petróleo y los diamantes.

Cuentan las personas

Si los arzobispos de lugares remotos confirman la universalidad de la Iglesia y la atención a las «periferias», los tres arzobispos de ciudades importantes como Madrid, Bruselas y Chicago, subrayan que lo decisivo es la persona, más que el tamaño de la ciudad. La lista anunciada ayer por el Papa confirma el adiós definitivo al concepto de «sedes cardenalicias», utilizada por los italianos para dar el salto al cardenalato desde ciudades como Florencia, Bolonia o Venecia, que fueron importantes en la vida de la Iglesia pero ya no lo son.
El único italiano entre los nuevos cardenales es el nuncio en Damasco, Mario Zenari, que ha sido escogido por estar al servicio «de la amada y martirizada Siria». Es un gesto muy elocuente nombrar cardenal a un nuncio que va a continuar en su país de destino».

Un sacerdote albanés

Pero el gesto más emocionante de esta hornada ha sido el nombramiento como cardenal de un sacerdote albanés, Ernest Simoni Troshani, que pasó 27 años condenado a trabajos forzados en una cantera y en las minas de Spac, un nombre que produce escalofríos a quienes conocieron la tiranía comunista de Enver Hox.
Don Ernesto había sido uno de los fieles albaneses escogidos para hablar ante el Papa en el encuentro con los católicos de Tirana durante el viaje de 2014. Relató su caso prácticamente en tercera persona, casi como si no fuese él quien celebraba la misa de memoria en latín y daba la comunión a otros prisioneros. Pero era un testimonio ejemplar de valentía y ausencia total de odio a sus perseguidores.
Al final, el sacerdote de 86 años se arrodilló ante el Papa. Francisco lo levantó, le abrazó y le besó las manos mientras lloraba y se secaba disimuladamente las lágrimas para que nadie lo notase.
Ahora le impone la birreta púrpura. Como tiene más de 80 años, no puede entrar en cónclave ni ejercer ningún cargo de gobierno en la Curia vaticana. Pero hace algo más importante. Dar ejemplo de caridad y recordar el perfil heroico de los primeros cristianos.

http://www.abc.es/sociedad/abci-francisco-renueva-conclave-cardenales-perfiles-heroicos-y-universales-201610092108_noticia.html

viernes, 29 de abril de 2016

“Querido hermano Hans...”



El día 9 de marzo de 2016 se publicó en importantes periódicos de diferentes países mi Llamamiento al papa Francisco rogándole que hiciera posible un debate abierto, imparcial y libre de prejuicios sobre la cuestión de la infalibilidad. Me alegró mucho recibir, inmediatamente después de Pascua y a través de la nunciatura de Berlín, una respuesta personal del papa Francisco fechada el Domingo de Ramos (20 de marzo).
De este escrito son importantes, para mí, los siguientes puntos:
— Que el papa Francisco me respondiera y que no me dejara con mi Llamamiento, por decirlo de alguna manera, suspendido en el vacío.
Papa Francisco— Que fuera él mismo quien respondiera, y no su secretario privado o el cardenal secretario de Estado.
— Que resaltase el carácter fraternal de su carta en español mediante el uso del encabezamiento en cursiva y en alemán “lieber Mitbruder” (“querido hermano”).
— Que haya leído con atención mi Llamamiento, cuya traducción española le adjuntaba.
— Que valorara altamente las reflexiones que me habían conducido a publicar el volumen 5 [de mis obras completas], dedicado a la infalibilidad, en el que propongo debatir teológicamente las diferentes cuestiones en torno a este dogma a la luz de la sagrada Escritura y de la Tradición, con la intención de que la Iglesia del siglo XXI,semper reformanda, profundice en un diálogo constructivo con la ecúmene y la sociedad postmoderna.
El papa Francisco no fija limitación alguna. De esta forma, corresponde a mi deseo de abrir un debate libre sobre el dogma de la infalibilidad. Personalmente concluyo que este nuevo espacio de libertad debe ser aprovechado para avanzar en el esclarecimiento de las declaraciones dogmáticas controvertidas en la Iglesia católica y la ecúmene.
No podía yo imaginar entonces el gran espacio de libertad que, pocos días después, abriría el papa Francisco en su exhortación apostólica postsinodal Amoris laetitia. Ya en la introducción declara que “no todos los debates doctrinales, morales o pastorales deben ser resueltos con intervenciones magisteriales”. Se posiciona contra “una fría moral de gabinete” y se niega a que los obispos sigan comportándose como “controladores de la gracia”. Considera que la eucaristía no es un premio para los perfectos, sino un “alimento para los débiles”. Cita con frecuencia las declaraciones del Sínodo de los Obispos y de las conferencias episcopales nacionales. No quiere seguir siendo el único portavoz de la Iglesia.
Este es el nuevo espíritu que siempre esperé del Magisterio. Estoy convencido de que, por fin, también el dogma de la infalibilidad, una cuestión fundamental y decisiva de la Iglesia católica, se podrá debatir con espíritu libre, abierto y alejado de todo prejuicio. Estoy profundamente agradecido al papa Francisco por ofrecernos esta posibilidad. Mi agradecimiento se une a la expectativa de que los obispos, teólogas y teólogos hagan suyo sin reservas este espíritu y colaboren en la tarea de esclarecer el dogma de la infalibilidad en el espíritu de la Escritura y de la gran Tradición eclesial.

Un llamamiento al papa Francisco



Seguramente comprenderá que, llegado al final de mis días y movido por una profunda simpatía hacia usted, quiera, ahora que todavía estoy a tiempo, hacerle llegar mi ruego de que se proceda a una discusión libre y seria sobre la infalibilidad


Es apenas concebible que el papa Francisco hubiera pretendido establecer una definición de la infalibilidad papal como la que, en el siglo XIX, promoviera Pío IX con buenas y no tan buenas mañas. Tampoco es imaginable que Francisco tuviera interés, como Pío XII, en la definición de un dogma infalible acerca de María. Lo concebible es, más bien, que el papa Francisco (como en su día Juan XXIII ante los estudiantes del Pontificio Colegio Griego) declarase con una sonrisa: “Ío non sono infallibile” —“Yo no soy infalible”—. En vista del asombro de los estudiantes, el papa Juan añadió: “Solo soy infalible cuando defino ex cathedra, pero nunca lo haré”.

Un llamamiento al papa FranciscoEl 18 de diciembre de 1979 el papa Juan Pablo II me retiró la licencia eclesiástica por haber cuestionado la infalibilidad papal. En el segundo volumen de mis memorias, Verdad controvertida, demuestro, apoyándome en una extensa documentación, que se trataba de una acción urdida con precisión y en secreto, jurídicamente impugnable, teológicamente infundada y políticamente contraproducente. El debate acerca de la revocación de la missio canonica y de la infalibilidad se prolongó todavía bastante tiempo. Pero mi reputación ante el pueblo creyente no pudo ser destruida. Y tal como yo había predicho, no han cesado las discusiones en torno a las grandes reformas pendientes. Al contrario: se han agudizado fuertemente bajo los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI. Estas son las que yo mencionaba entonces: el entendimiento entre las distintas confesiones; el mutuo reconocimiento de los ministerios y de las distintas celebraciones de la eucaristía; las cuestiones del divorcio y de la ordenación de las mujeres; el celibato obligatorio y la catastrófica falta de sacerdotes, y, sobre todo, el gobierno de la Iglesia católica. Y preguntaba: “¿A dónde conducís a nuestra Iglesia?”.
Estas demandas tienen ahora la misma actualidad que hace 35 años. Pero el motivo decisivo de la incapacidad de introducir reformas en todos estos planos sigue siendo, hoy como ayer, la doctrina de la infalibilidad del magisterio, que ha deparado a nuestra Iglesia un largo invierno. Igual que Juan XXIII entonces, intenta hoy el papa Francisco, con todas sus fuerzas, insuflar aire fresco a la Iglesia. Y topa con una resistencia masiva, como sucedió en el último sínodo mundial de los obispos de octubre de 2015. No nos engañemos: sin una re-visión constructiva del dogma de la infalibilidad apenas será posible una verdadera renovación.
Tanto más sorprendente resulta entonces que la discusión sobre la infalibilidad haya desaparecido del mapa. Muchos teólogos católicos, temerosos de sanciones amenazantes como las dirigidas contra mí, apenas se han ocupado ya críticamente con la ideología de la infalibilidad, y la jerarquía procura siempre que es posible evitar este tema impopular en la Iglesia y la sociedad. Solo en contadas ocasiones ha invocado expresamente Joseph Ratzinger, como prefecto de la fe, esa doctrina. Pero el tabú de la infalibilidad ha bloqueado de manera tácita desde el Concilio Vaticano II todas las reformas que hubieran exigido revisar posiciones dogmáticas anteriores. Esto no vale solo para la encíclica Humanae vitae, contraria a la anticoncepción, sino también para los sacramentos y el monopolio del magisterio “auténtico”, o para la relación entre sacerdocio particular y universal; sino que atañe asimismo a la estructura sinodal de la Iglesia y a la pretensión absoluta de poder del papa, así como a la relación con otras confesiones y religiones y con el mundo laico en general. Por eso se vuelve más acuciante que nunca la pregunta: “¿Hacia dónde se dirige a comienzos del siglo XXI esta Iglesia que sigue teniendo la fijación del dogma de la infalibilidad?”. La época antimoderna, anunciada por el Concilio Vaticano I, ha concluido hoy de una vez por todas.
Ahora que cumplo 88 años, puedo decir que no he escatimado esfuerzos para reunir en el quinto volumen de mis Obras completas los numerosos textos pertinentes, ordenarlos cronológica y temáticamente según las distintas fases de la discusión y aclararlos a través del contexto biográfico. Con este libro en la mano quisiera ahora repetir un llamamiento al Papa que, a lo largo de decenios de discusión teológica y político-eclesiástica, he formulado en múltiples ocasiones siempre en vano. Ruego encarecidamente al papa Francisco, quien siempre me ha respondido fraternalmente:
“Acepte esta amplia documentación y permita que tenga lugar en nuestra Iglesia una discusión libre, imparcial y desprejuiciada de todas las cuestiones pendientes y reprimidas que tienen que ver con el dogma de la infalibilidad. De este modo se podría regenerar honestamente el problemático legado vaticano de los últimos 150 años y enmendarlo en el sentido de la Sagrada Escritura y de la tradición ecuménica. No se trata de un relativismo trivial que socava los cimientos éticos de la Iglesia y la sociedad. Pero tampoco de un inmisericorde dogmatismo que mata el espíritu empecinándose en la letra, que impide una renovación a fondo de la vida y la enseñanza de la Iglesia y bloquea cualquier avance serio en el terreno del ecumenismo. Y mucho menos se trata para mí de que se me dé personalmente la razón. Está en juego el bien de la Iglesia y de la ecúmene.
Soy muy consciente de que mi ruego posiblemente le resulte inoportuno a alguien que como usted, en palabras de un buen conocedor de los asuntos vaticanos, vive entre lobos. Pero, confrontado el pasado año con los males de la curia e incluso con los escándalos, ha confirmado usted con valentía su voluntad de reforma en el discurso de Navidad pronunciado el 21 de diciembre de 2015 ante la curia romana: ‘Considero que es mi obligación afirmar que esto ha sido —y lo será siempre— motivo de sincera reflexión y decisivas medidas. La reforma seguirá adelante con determinación, lucidez y resolución, porque Ecclesia semper reformanda’.
No quisiera exacerbar, en detrimento de todo realismo, las esperanzas que abrigan muchos en nuestra Iglesia; la cuestión de la infalibilidad no admite en la Iglesia católica una solución de la noche a la mañana. Pero afortunadamente es usted casi 10 años más joven que yo y, como espero, me sobrevivirá. Y seguramente comprenderá que en mi condición de teólogo, llegado al final de mis días y movido por una profunda simpatía hacia usted y su labor pastoral, quiera, ahora que todavía estoy a tiempo, hacerle llegar mi ruego de que se proceda a una discusión libre y seria sobre la infalibilidad, tal como queda fundamentada, de la mejor manera posible, en el presente volumen: non in destructionem, sed in aedificationem ecclesiae, ‘no para la destrucción, sino para la edificación de la Iglesia’. Esto significaría para mí el cumplimiento de una esperanza a la que nunca he renunciado”.
Hans Küng es catedrático emérito de Teología Ecuménica en la Universidad de Tubinga y presidente de honor de la Fundación Ética Mundial. Una muerte feliz (Trotta, 2016) es su último libro en español.