La misión de la Iglesia es ser «hospital de campaña» para los heridos en el frente, recordando lo que Jesús afirmó: «No tienen necesidad de médico los sanos sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos sino a los pecadores».
Y lo subrayó con unas palabras de san Juan Pablo II en 1978: «El error y el mal deben ser condenados y combatidos constantemente; pero el hombre que cae o se equivoca debe ser comprendido y amado.
El camino hacia el suicidio de la Iglesia sería precisamente el odio al pecador. No sólo porque existe para él, sino también porque cada uno de sus miembros lo es, como ha recordado tantas veces el Papa.
Por eso, Francisco insistió en que «la Iglesia debe buscarlo, acogerlo y acompañarlo, porque una Iglesia con las puertas cerradas se traiciona a si misma y a su misión; y en vez de ser puente se convierte en barrera».
Es el punto de equilibrio entre las dos posturas extremas que se han hecho notar en las semanas previas al Sínodo: la de quienes detestan a los pecadores y les tratan con actitud hostil, y la de quienes desean que la Iglesia declare que todo está bien, eliminando de ese modo el concepto de pecador.
Pero la Iglesia existe para recordar que Dios perdona los pecados, y para renovar ese perdón.
Referencia:
No hay comentarios:
Publicar un comentario